Reflexión (Sarcástica hasta la médula) sobre el Posicionamiento Obligado 2o64e

¡Oh, bendita libertad de pensamiento en esta nuestra piel de toro! Un Edén donde uno puede, por un instante fugaz, albergar una opinión original. Hasta que la implacable maquinaria de la categorización histórica entra en funcionamiento. Porque, seamos sinceros, ¿quién necesita un pseudo-debate cuando podemos desempolvar las gloriosas etiquetas de antaño y simplificarlo todo a un cómodo? ¡Tú eres de los de la guerra civil! ¡ítelo! Es enternecedor observar cómo nuestras insignificantes existencias se transforman en pruebas refutables de nuestra lealtad a bandos que supuestamente sólo existen en los libros de historia y en la dialéctica apasionada de ciertos tertulianos. ¿Qué te gusta el gazpacho fresquito en verano? ¡Claramente un rojo, con esas tendencias! ¿Prefieres un buen cocido madrileño en invierno? ¡Un facha de manual, sin duda! ¿Muestras un mínimo interés por la cultura popular? Dependiendo de la manifestación, eres un patriota de pulsera o un antisistema subvencionado. Y ni hablar de las creencias, ahí sí que la sutileza brilla por su ausencia.

O comulgas con los nuestros, los iluminados, claro. O eres un hereje peligroso digno de la hoguera. Metafórica, por suerte de momento. Uno se atreve, pobre ingenuo, a esbozar una idea con sus matices, sus peros y sus dependes, pero ¡qué pérdida de energía! Aquí lo que triunfa es el titular incendiario, el tuit con bilis retroactiva, la reducción al esperpento que te encasilla, quieras o no, en una de las dos. ¡Qué sorpresa, las únicas opciones disponibles! ¿Para qué ejercitar la materia gris si podemos vestirnos con el uniforme ideológico de nuestros abuelos y berrear con signas descoloridas? Y así transitamos esta existencia, obligados a portar un san benito ideológico prehistórico, a repetir mantras rancios, todo para evitar el terrible vacío de la independencia de criterio, esa tierra de nadie donde te lapidan dialécticamente los ultras de ambos bandos, por no ser lo suficientemente puro para su causa. ¡Qué glorioso espectáculo de pensamiento único vis! Uno casi añora los debates sobre si es mejor el café solo o con leche, aunque pensándolo bien, seguro que ya hay un bando para cada preferencia.

En resumidas cuentas, contemplando este esperpéntico desfile de identidades heredadas y trincheras mentales, uno no puede sino sentir una punzante ironía ante la patética incapacidad de ambos bandos para evolucionar más allá de sus traumas ancestrales. ¿Qué futuro tan brillante nos espera, anclados en un pasado que se niega a morir, mientras nos obligan a elegir bando como si fuera el color de la bufanda para ir al fútbol?