
Descripción de Poldi 4s2ec
Quique Pesoa es uno de los grandes narradores de la radio argentina. Cada medianoche del sábado al domingo, desgrana una narración de los grandes escritores de todos los tiempos. Relatos sociales, fantásticos, cómicos… Una verdadera colección de joyas literarias para amenizar las noches de los sábados en la mejor compañía. Aquí vas a encontrar todos los podcasts de los relatos que se emitan. 2w716h
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Cuentos de medianoche. El cuento de hoy se titula Poldi y pertenece a Carson McCullers.
La lluvia helada que empezó a caer cuando sólo le faltó una manzana para llegar al hotel dejó sin color las luces que se encendían por entonces a lo largo de Broadway. Hans fijó la mirada en el letrero del Colton Arms, escondió unas hojas pautadas bajo el abrigo y apresuró el paso. Al entrar en el sombrío vestíbulo de mármol, su respiración se había convertido en jadeo y la partitura estaba arrugada.
Sonrió distraídamente al rostro que apareció ante él, tercera planta esta vez. Siempre se adivinaba la opinión del ascensorista sobre los huéspedes permanentes del hotel. Cuando aquellos por los que sentía el máximo respeto salían en sus pisos respectivos, mantenía abierta la puerta unos instantes más en actitud untuosa. Hans tuvo que saltar disimuladamente para que la puerta corredera no le pellizcara los talones.
Pauldi se detuvo inseguro en el corredor mal iluminado. Del fondo le llegó el sonido de un violonchelo que tocaba una serie de frases descendentes que caían una sobre otra sin orden ni concierto, como un puñado de canicas derramándose escaleras abajo. Avanzó hasta la habitación donde sonaba la música y se detuvo un momento delante de la puerta donde, con una tachuela, estaba clavada una nota escrita con letra temblorosa.
Pauldi Klein se ruega no molestar durante los ensayos. La primera vez que vio aquel escrito, recordó Hans, tenía faltas de ortografía. La calefacción del hotel apenas calentaba. Los pliegues de su abrigo olían a húmedo y dejaban escapar varadas de frío. Recostarse sobre el radiador, caliente sólo a medias, junto a la ventana del fondo no le proporcionó ningún alivio.
Pauldi. He esperado tanto tiempo, y he recorrido tantas veces este pasillo mientras terminabas, pensando en las palabras que quiero decirte. Cut. Qué preciosa, como un poema, o un Lied de Schumann.
Empezar así. Pauldi. La mano de Hans se deslizó por el metal oxidado. Cálida, Pauldi lo era siempre. ¿Qué no daría por estrecharla entre sus brazos? Hans, sabes que los otros no han significado nada para mí. Joseph, Nicolai, Harry, todos los hombres que he conocido, y este Kurt. Sólo tres veces no era posible que ella, del que he hablado esta última semana, va. No son nada todos ellos. Hans se dio cuenta de que sus manos habían aplastado la música.
Al mirar hacia el suelo vio que la última hoja, violentamente coloreada, estaba húmeda y desteñida. Pero que a la partitura no le había pasado nada. Material de mala calidad. ¿Qué se le iba a hacer? Paseó de un extremo a otro del pasillo, restregándose la frente llena de granos. El violonchelo runruneó hacia las alturas en un confuso arpegio. Aquel concierto, el de Castelnuovo tedesco, ¿cuánto tiempo iba a seguir ensayándolo? Hans se detuvo y tendió la mano hacia el picaporte.
No, se acordó de la vez que
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