Encontrar la calma 4j5u1d

No se permiten gatos, y cómo una prohibición sin sentido puede cambiar tu vida. Es curioso la cantidad de cosas que te pueden regalar cuando pares. Algunas necesarias. Algunas bonitas. Muchas personas regalan lo que piensan que necesitas. Otras lo que les hubiera gustado a ellas que les regalaran. Otros regalan lo que tienen a mano. Y de vez en cuando, sucede algo extraordinario: Un amigo nos regaló un gato Mancoon. Vamos, un tigrito. Vah, venga. Búscalo en internet… Un gato grandote y hermoso. ¿Su nombre? León. Y el dueño de la finca que alquilamos nos dijo… “Aquí no se permiten gatos (aparte de los míos), porque tengo gallinas. Cuando tengas tu propia tierra…” Yo aquí dejé de escuchar. Se fundió el Universo en un suspiro. Se paró el tiempo. Se electrificaron todos los pelos en mi cuerpo. ¿Sabes por qué? Porque jamás se me había ocurrido la idea de que yo pudiera tener “mi propia tierra”.

Mi madre y mi tía habían trabajado durante años en la planta de “maternidad” en el Hospital de Segovia. Para mí, ambas, han sido siempre mis modelos, y una fuente de amor e inspiración. Que sí, que todos tenemos nuestras cosas (yo más)... pero … Yo siempre había pensado que daría a luz allí. En el Hospital de Segovia. Con mi madre y mi tía cerca. Y sin embargo, Órgiva, el pueblo donde nos habíamos mudado es un crisol de nacionalidades, cultura e información que se cruzó por el medio. “Da a luz” una de las escuelas alternativas de comadronas más importante de Europa tiene su sede allí y cada semana llegaban parejas de diferentes puntos de la península y de Europa para tener allí sus pequeños. Me pareció una oportunidad a considerar. Y como siempre, tanto David como yo nos guiamos por un instinto que muy claramente afirmaba… “Es aquí”.

Embarazo. Embarazada. Sin trabajo. Sin saber por dónde tirar. Y yo feliz. El instinto me había agarrado por el cuello como un perro a su presa, y yo sentía mariposas en el estómago, que no me dejaban pensar cómo me iba a ganar la vida. David, mi marido, (inglés), trabajaba de septiembre a junio como profe de inglés en “La Zubia”, Granada. Ojo, porque esto que te cuento a continuación, lo puedes hacer tú en cualquier momento.

(Unos meses antes de entregar la última traducción…) Suele ser algo gradual, eso de darte cuenta que te has equivocado. De vida. De carrera… ¿De planeta? El caso es que a todos nos entra un poco el síndrome del apostador. Me explico. Es como el que se pone a jugar a máquinas tragaperras. (Ya sabes, esas de lucecitas que hay cuando entras a un bar en España…) Entonces, estás delante de la máquina tragaperras… Y echas un euro. Dos. Dos mil. Y claro. Ya lo has perdido todo, pero piensas que tienes muchas posibilidades de que te toque algo (porque has perdido todo). Y sigues echando. Es psicológico y seguro que está estudiado. Seguro que tiene un nombre. Yo lo llamo el síndrome del apostador. El caso es que con la vida pasa igual. Coño. Inviertes 3 años en una carrera. 5. Y dices… Como voy a dejar la licenciatura colgada, con todo lo que he invertido. Pero de repente un día abres los ojos y no tienes ganas de vivir. Si estás familiarizado con la terapia floral, “WildRose” es la flor que mejor describe este estado…Si no estás familiarizado con las flores, pero sí con el estado, pillate la flor. Unas goticas, varias veces al día… Entonces, tímidamente, comienzas a explorar nuevas rutas. Biomagnetismo. Una semilla.

Todo lo que veía a través de las gafas -empañadas por el llanto - era la pantalla de mi ordenador. Estaba traduciendo un manual de instrucciones. Un secador. Para la empresa Lidl. Alemán - Español. 5 años de mi vida estudiando una carrera. 2 años echando currículums y haciendo pruebas de traducción para conseguir una cartera (mínima-minimalista) de clientes. Y cuando parecía que lo había conseguido, me derrumbé por dentro. Me planto con 29 años sintiendo… Que o bien me he equivocado de vida O de carrera. O que la vida no tiene sentido ni propósito. A lo lejos escuchaba las gallinas y el movimiento del campo despertando. Recién llegada de Japón a las Alpujarras con mi pareja, David, habíamos dado ya varios saltos. Alquilar un cortijo. Gastarnos todos nuestros ahorros en un pequeño sistema solar y una construcción mongola portátil llamada “yurta” (la más pequeña de la gama) Tenía delante una vida diferente, pero seguía atada al yugo del sistema. Con las traducciones. Estar conectada a internet todo el puto día. Hacer un trabajo que no disfrutaba y que además hacía mal (porque no lo disfrutaba). El 29 de mayo de 2010 cerré el ordenador, cerré los ojos llenos de lágrimas y apreté el botón “Enviar” con un suspiro. Esa fué la última traducción. Un día después me dí de baja en Hacienda. Una semana después, me había quedado embarazada. Quizá esto te pueda resultar muy lejano. Quizá muy ajeno. Quizá no. Quizá hay una decisión esperando a que cierres las páginas de este libro. Y tu vida, podría dar un vuelco. Como lo hizo la mía. Hazlo. Sea lo que sea. El peor peso, es el de las decisiones que nunca tomaste.

Todos cometemos errores. Sin ir más lejos, la primera vez que salí de casa, en 1998, me equivoqué de país. Era la primera vez que cogía un avión, (imagínate, sola). La primera vez que agarraba un autobús (sola). La primera vez que montaba en tranvía (sola). Corría el año 1999 y yo tenía una Beca Erasmus, en Alemania. Pues compré un billete para volar a la ciudad más cercana del lugar donde tenía mi curso. Friburgo. Y resultó que era el aeropuerto de Basel. Del cual yo no sabía que tenía 3 salidas. Una a Francia. Otra a Suiza. Otra a Alemania. Yo salí por la puerta sa, y cuando ví todo en francés, y yo, españolita de a pie con poca (o nada) experiencia en estas historias… Pues me dí la vuelta, me salté todos los controles, y paso a paso, poco a poco acabé en Alemania. ¿Qué saco yo de todo esto? Lo primero que uno tiene que tener muy claro cómo poner su G.P.S. (Saber a dónde vas). Lo siguiente que las cosas se consiguen, sí o sí, paso a paso. Y desde entonces, yo solo hago las cosas así. Paso a paso

Tienes aquí una colección de momentos, unos profundos, otros más divertidos que algunos, pero de todos aprendí algo, y es lo que comparto contigo. Ojo. No son lecciones. No son reflexiones. Son historias. Porque todos, todos estamos hechos de historias. Bien miradas, estas historias te pueden servir: Para no meter la gamba como yo lo hice. Inspirarte para seguir quizá el mismo camino, pero sin tanta piedra. Te cuento todo de manera que te lo puedas “adaptar a tí”, para que te sirva. Que te inspire para seguir este camino, o seguir el contrario, porque al final, el camino que importa es el que sigues al 100% convencido.