No me llamo Tracy (07/10), El dinero no puede comprar el amor 3c596x

Evox Originals presenta Historias para ser leídas.

Un podcast de ciencia ficción, terror y fantasía dirigido por Olga Paraíso.

Ficciones sonoras con las que podrás sumergirte en otra realidad.

No me llamo Tracy. De Víctor Montolí. El dinero no puede comprar el amor. Capítulo 7.

Las noches de primavera son magníficas para la ensoñación nocturna. Con el aire casi tibio que se filtra a través de las cortinas de la ventana que comunica el dormitorio con la terraza de mi ático, acostumbro a dormirme plácidamente, vestida apenas con mi breve y transparente camisón, pero tapada con un voluminoso y generoso edredón que desborda por ambos lados de la enorme cama.

Esta noche no estoy sola y mi acompañante se acerca ansioso desde las frondosas ondulaciones del oleaje que provoca su movimiento táctico bajo el edredón. Suave y lentamente me acaricia, me baja un tirante del camisón y empieza a mordisquearme el cuello y a besarme la parte superior de la clavícula. Le agarro el cabello y, sometido a mi voluntad, le obligo a descender unos escasos centímetros para colocar su rostro entre mis pechos. Es justo entonces, antes de emprender su viaje procaz de espialología amatoria, que mi amante vuelve a emerger de entre las sábanas y me dice... —Ves, querida Tracy, el dinero sí puede comprar el amor.

—¡Azul! Me despierto ansiosa y sudorosa, aunque excitada, como de una indescifrable y ambigua pesadilla. Tengo que levantarme rápidamente, salir de esta cama fantasmal para borrar todos los detalles del sueño y, sobre todo, sus implicaciones. Me dirijo a la terraza para calmarme un poco. Me apoyo en la barandilla y me despojo del camisón. Lo lanzo al suelo, ya que con el sudor se me ha pegado al cuerpo y me resulta terriblemente molesto. Dejo que la suave brisa seque mi erizada piel y que un rayo de luna me recorra estremeciéndome.

Aspiro el aire de la fragante noche al abrigo de mis jazmines, limoneros, bugambillas y mimosas, antes de regresar a mi lecho y tratar de descansar sin que la sombra de azul me perturbe. ¿Tendré que volver a buscarlo o será él quien tome la iniciativa y se aparezca, esta vez en el mundo real? A media mañana me despierta el sonido del aspirador rondando por el apartamento. Es la buena de Dignidad, ocupándose de la casa. Dignidad es una de las pocas personas en las que confío plenamente, hasta el punto de tener el raro privilegio de contar con una copia de mis llaves.

Mestiza, medio indígena, hija de un exiliado republicano que se asentó en México y de una bella dama, como puede constatar con las fotografías que me enseñó, Dignidad contaba ya más de 75 años, pero se mantenía firme, con el cuerpo ágil y la mente clara. El ruido del aspirador se interrumpe tras varios timbrazos.

Saliendo de mi confortable duermevela, me despierto y me mantengo alerta para estar al tanto de los acontecimientos que fueran a ocurrir. Con su voz pausada, Dignidad dijo. ¿Quién es? Venimos a hablar con la señorita Tracy. ¿Y qué quieren? Venimos a proponerle un negocio. Un momento, por favor. Voy a ver si está la señora.

Dignidad se dirige a mi habitación con sus breves pasitos. Mide un metro sesenta. Abre la puerta, me mira, la miro y nos entendemos. Mientras ella va a abrir la puerta y atender a nuestros invitados, yo entro en el vestidor para adecentarme. Ropa interior negra.