No me llamo Tracy (04/10), Entrevista con el Príncipe, de Víctor Montolí 2l3c6f

Evox Originals presenta Historias para ser leídas.

Un podcast de ciencia ficción, terror y fantasía dirigido por Olga Paraíso.

Ficciones sonoras con las que podrás sumergirte en otra realidad.

No me llamo Tracy. De Víctor Montolí.

Capítulo 4. Entrevista con el príncipe.

No ha amanecido. Ahí arriba todavía está la luna. Llena, rojiza, preciosa, iluminando la escena a su loca manera. De fondo, como una insólita banda sonora, ya se oye el negro borgeo de algún mirlo. Son las seis y veinte de lo que, sin duda, será un bonito día de primavera que perfila en el rumor del aire recién nacido sus infinitas posibilidades. Un día para la exaltación de la vida y, ¿por qué no?, para el nacimiento del amor, también para la presencia cotidiana de la muerte. Tracy está subiendo lentamente la escalinata que conduce a la Catedral de Santa María. Su figura de espaldas nos ofrece una imagen cautivadora.

La luna la sigue, descalza, con los zapatos en la mano, su ceñido vestido que se le ajusta como un guante, salvo esa muy poco discreta raja lateral que deja ver el esplendor de todo su muslo derecho. Ese milagro de la creación ha llegado por fin al portal de la iglesia.

Se detiene, echa un vistazo a un sombrero sucio y arrugado que se haya ahí tirado junto al pórtico.

Lo desecha y, antes de cruzar el umbral, se gira y echa un vistazo despectivo a dos enormes guiñapos exangües que hace apenas diez minutos se creían los reyes de la creación y ahora no son más que dos montones de carne inerte. Y su mirada, su mirada es tan, es tan Tracy. Para romper el hechizo, se oye el estruendo antidiluviano de un camión de la basura que pasa cerca de allí. Muy apropiado, piensa, y vuelve a girarse para entrar decidida en el templo bajo la severa mirada de las últimas estrellas. La imagen nocturna del interior de la iglesia es paralizante, entre la belleza artística y el terror de una película gótica.

Los rayos de luna se filtran por los vitrales de colores que representan despiadados episodios de martirios de santos y vírgenes. Y el olor a cirio, a incienso, acaba de crear una atmósfera morbosa y asfixiante. Al final del atrio, de pie, sonriente como un novio junto al altar, y sosteniendo un corazón de papel en la mano, Azul la está esperando.

Tracy recorre lentamente el pasillo central de la nave, entre los bancos y reclinatorios. Y sin poder evitar pensar en un ridículo videoclip ochentero de Madonna, también sonríe. El macabro novio la espera plantado como un mastil, erguido, casi alzando los talones, con una mano metida en el bolsillo, y la otra el movimiento acercándose el corazón rosa de Papiroflexia a la nariz, como si trasciéndose.