Nº 155-VIAJEROS ROMÁNTICOS - Lady Emmeline Stuart-Wortley (1849-1855) Joséphine E. Brinckmann (1850) 2g2p56

Una ciudad, ronda, dos territorios en uno, la serranía rondeña y el campo de Gibraltar unos personajes, arrieros, contrabandistas, guerrilleros, bandoleros, serranos y un programa en coperronda, viajeros románticos, con Faustino Peralta, cronista oficial de la ciudad de ronda. Buenas tardes y bienvenidos de nuevo a viajeros románticos, aquí en coperronda encantado de estar una semana más con todos ustedes, ronda en la ruta romántica del Bajo Genal, Lady Emmeline Stuart Wadley, fecha del viaje 1849-1855 y Josephine E.

Brickman, fecha del viaje 1850. Emmeline Stuart Wadley fue una aristócrata inglesa a la que Antonio Garrido califica sin duda como la más grande viajera del siglo XIX, con una fuerte relación de amistad con la entonces princesa Victoria, futura reina de Inglaterra, que amadrinó a su hija con el mismo nombre. Compartía la pasión de los viajes con su marido, del que enviudó pronto en 1844.

Tras la muerte también de su hijo, estas desgracias no le impidieron continuar con su afición y emprende su viaje por los cinco continentes acompañada de su hija, con tan sólo siete años. Estos agotadores y largos viajes hacen que ambas fallezcan, primero la madre en 1855 por disentería y después la hija por unas fiebres malignas. En el relato intercala la primera persona en boca de su hija y también la tercera como un narrador externo, lo que hace un tanto complicada su traducción.

A la serranía de Ronda llegan en julio de 1852, procedentes de Granada, con una reata de bestias formadas por mulas y caballos, con dos criados, José que hace de guía, varios arrieros y un grupo de marineros ingleses. Pasan por Achidona, Antequera, Campillos, Teba, hasta divisar Ronda, para continuar después hasta Gibraltar por nuestra ruta del Bajo Genal.

La otra emoción de esta etapa en particular fue la desintoxicación del guía, José. El mensajero, confundido, lanzó misteriosas pistas sobre el motivo de ello, que indudablemente temían fuera así. De madrugada había llenado su piel de vino con aguardiente y desapareció discretamente al fondo de la posada. A esto lo llaman tomarse la mañana, y José efectivamente parecía estar todavía tomándose aquella mañana, sino de buena gana al menos por el efecto del alcohol.

No fue hasta mucho después de abandonar aquel refugio con olor a cabra y ajo, que el mencionado se unió a los viajeros y ello porque estaba ya aproximándose su destino. Esto no fue lo más importante de su jornada. Tuvo que esforzarse por recuperar el tiempo perdido hasta alcanzar a la pequeña comitiva que se desplazaba por un fatigoso camino bajo un sol ardiente.

El recuperado José arrastraba por la cola las nubes de su gloriosa mañana. La carretera pasaba a través de una tierra rojiza y pobre, un agreste tramo de la región con árboles blanquitos.