
Descripción de El Mesías de Dune, Capítulo 21 (Audiolibro) 51w4s
"El mesías de Dune" es la continuación de Dune que había sido escrita en 1964. Frank Herbert continua la historia de Paul-Muad'Dib, el joven heredero al Ducado de la Casa Atreides. Han pasado doce años, gracias a su victoria en la Batalla de Arrakeen ha tomado el control del Imperio del millón de Mundos de las manos del Emperador Shaddam IV de la Casa Corrino, y se han librado dos cruzadas en los mundos del imperio para extender la religión Fremen. 415uz
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La naturaleza secuencial de los actuales acontecimientos no está iluminada con mucha precisión por los poderes de la presencia, excepto bajo las circunstancias más extraordinarias. El oráculo revela tan sólo incidentes extraídos de la cadena histórica. La eternidad se mueve. Sufre la influencia del oráculo, así como la de los suplicantes. Dejad que los súbditos de Moabdí duden de su majestad y de sus visiones oraculares. Dejad que nieguen sus poderes. Dejad que duden de la eternidad. Los Evangelios de Doom. Hyde espiaba a Alya saliendo del templo y cruzando la plaza.
Su guardia avanzaba piñada a su alrededor, con la fiera expresión de sus rostros ocultando las líneas reblandecidas por la buena vida y las comodidades. Un heliógrafo de alas de tócteros batía el aire en el brillante sol de la tarde por encima del techo. Parte de ellos con el símbolo del puño de la guardia real de Moabdí en su fuselaje. Hyde volvió de nuevo su mirada hacia Alya. Parecía fuera de lugar allá en la ciudad, pensó. Su lugar adecuado era el desierto, el espacio abierto y despejado. Algo extraño cerca de ella vino a su mente mientras la contemplaba acercarse. Alya parecía reflexionar tan solo cuando sonreía.
Era algo relativo a sus ojos, decidió, recordando un retazo de sus recuerdos de ella cuando apareció en la recepción al embajador de la cofradía, altiva entre la mezcolanza de música y conversaciones vacías, entre los extravagantes atondos uniformes. Alya había aparecido completamente vestida de blanco, un blanco deslumbrante, una absoluta blancura de castidad. La había estado observando desde una ventana mientras ella atravesaba un jardín interior con su estanque ritual, sus murmurantes fuentes, sus frondas verdeantes y su mirador blanco. Fuera de lugar, completamente fuera de lugar, ella pertenecía al desierto.
Hyde respiraba agitadamente. Alya desapareció de su vista. Aguardó, abriendo y cerrando sus puños. La entrevista con Villars lo había dejado intranquilo. Oyó los pasos de Alya al otro lado de la estancia donde estaba esperando. La oyó penetrar en los apartamentos familiares. Intentó centrarse de nuevo en lo que lo había turbado con respecto a ella. La forma como había andado cruzando la plaza. Sí, ella se había movido como una criatura acechada por algún peligroso predador. Se dirigió hacia el balcón que unía las dos estancias. Avanzó a lo largo de él hasta la pantalla protectora de Plasmeld.
Se detuvo al otro lado de la penumbra interior. Alya permanecía de pie apoyada en la balaustrada que dominaba su templo. Siguió su mirada, abarcando toda la ciudad. Vio rectángulos, bloques de color, rectantes movimientos de sonido y vida. Las estructuras brillaban, destellaban. El calor ponía temblores en el aire por encima de los tejados. Había un chico jugando a la pelota en un callejón sin salida en un ángulo del templo. La pelota iba y venía contra la pared. Alya también observaba la pelota. Sentía una compulsión de identidad con aquella pelota.
Arriba y abajo, arriba y abajo. Se notaba a sí misma rebotando contra los corredores del tiempo. La poción de melange que había exorbido poco antes de abandonar el templo era la mayor que hubiera tomado nunca. Una sobredosis masiva. Incluso antes de empezar a sentir sus efectos, se había sentido aterrorizada. ¿Por qué lo he hecho? Se preguntó. Uno tenía que elegir entre los distintos peligros. ¿Era eso entonces? Aquella era la única forma de penetrar la bruma esparcida sobre el futuro por el maldito tarot de Doom.
Existía una barrera. Debía ser franqueada. Debía hacer todo lo necesario para poder ver dónde andaba su hermano con su paso ciego. La familiar sensación de huida de la melange empezó a manifestarse en su conciencia. Inspiró profundamente, experimentando una cierta calma, tranquila y reposada. La posesión de una segunda visión tiene tendencia a convertir a uno en peligrosamente fatalista. Pensó. Desafortunadamente, no existía ninguna palanca abstracta, ningún cálculo de presencia.
Las visiones de futuro no podían ser manipuladas como fórmulas. Uno tenía que entrar en ellas, arriesgando vida y cordura. Una silueta se movió entre las duras sombras del balcón contiguo. El gola. En su acrecentada conciencia, Alya lo vio con una intensa claridad. Sus oscuros y vitales rasgos dominados por aquellos brillantes ojos de metal. Era la unión de terribles oposiciones. Algo empujado en una línea única y directa.
Era la vez oscura y deslumbradora luz. Un producto del proceso que había hecho revivir su carne muerta. Y algo intensamente puro, inocente. Era inocencia sitiada.
¿Estás ahí desde hace rato Duncan? Preguntó. Así que debo ser Duncan. Dijo él. ¿Por qué? No me lo preguntes a mí. Dijo ella. Y pensó mirando hacia atrás.
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