
Descripción de La leyenda de Santa Elena 3b3o58
Este episodio versa sobre la leyenda de Santa Elena, y los romances derivados que han llegado hasta nuestros días. Podréis escuchar una narración de la leyenda autocomentada (o autosaboteada), y un par de grabaciones bien chulas del romance. También explicaré algunas características formales -como el por qué del nombre "romance"- y cuál es la relación que guarda con la Metamorfosis de Dafne. ¡No os lo perdáis! g2129
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Bueno, nota al pie de la narración. La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes sitúa los hechos de esta leyenda hacia el año 653 d.C. Así que, siendo realmente pejideras como somos, no podemos hablar de Portugal, que es un estado-nación moderno, sino que deberíamos hablar de Lusitania, que en estos momentos, después de la caída del Imperio Romano de Occidente, se mantenía como una de las provincias del visigodo Reino de Toledo. Retomamos.
En un pueblo de Lusitania, llamado Navancia, la actual Tomar, vivía un matrimonio con una hija de extremada belleza, que tenía por nombre Irene, la cual profesó en un monasterio dedicado a Nuestra Señora, cuyo abad, Selio, era tío materno de la doncella. Esto de profesar es que básicamente habían metido a monja la muchacha.
Allí vivió junto a dos tías suyas, Julia y Casta, y junto al monje Arnulfo, quien le enseñó, por encargo de Selio, las primeras letras. Era tan grande el recogimiento en que vivía la niña, que tan solo dezaba el monasterio una vez al año, en la festividad de San Pedro, para ir a la iglesia cercana al palacio de Castinaldo, señor de la villa de Navancia.
Conoció allí a Britaldo, heredero de Castinaldo, quien quedó prendado de la doncella, y de tal suerte que cayendo enfermo del espíritu, los médicos nada podían hacer por su cuerpo, y comenzó a temerse por su vida. Para una vez que la muchacha puede salir del encierro en que está metida, se topa con el bobo este en plan, ¡ay, qué guapa eres! ¡Creo que me muero! Mira, menudo cuadro.
Tuvo entonces Irene revelación de la enfermedad de Britaldo, y decidió visitarle y calmar su espíritu con el bálsamo de sus palabras. Y así sucedió que quedó tan confortado el joven con las palabras de la niña, que sanó conformándose con aquella castidad que ella le proponía. ¡Ojo! Conformándose con aquella castidad que ella le proponía. ¡Conformándose! Porque en realidad Britaldo lo que quería era tema con la Irene. Tan sólo pidió éste como recompensa el juramento de Irene de no amar nunca a otro hombre, su castigo de perder la vida, y con esto volvió ella a su encierro. A mí esto me rompe por la mitad. Te enfermas tú solo, te vengo a curar con el bálsamo de mis palabras, y encima me vienes con amenazas.
Es que... bueno, bueno, bueno. Pero pasados dos años, el demonio volvió a tentarla en la persona de su maestro, el monje Remigio, quien viéndose desdeñado por la joven, recurrió a hacerle ingerir una pócima que obró en ella el fenómeno de abultar su vientre. De modo que todo el mundo comenzó a murmurar de la castidad de la niña. Bien, bien de cosas por aquí.
A ver, el demonio volvió a tentarla, o sea, no hablamos de abuso por parte de una figura de autoridad como era su maestro, igual que en el caso de Britaldo, que era el señor heredero de la mismísima villa. No, no, no. El demonio volvió a tentarla. Era por ver si caías, tonti. Es que de verdad. ¿Y lo de la pócima que abulta su vientre? En fin, ya tú sabes.
Enterado de ello Britaldo, y creyéndose burlado, ordenó a un soldado diera muerte a la joven, quien así lo hizo al amanecer. Cuando la niña, después de maitines, oraba en el campo, el soldado atravesó su garganta con una espada.
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