
Descripción de Humillación y castigo 213r2t
Hoy, en la oficina, lo sentí con más intensidad que nunca. La humillación, la mirada severa de mi jefe, las miradas inquisitivas de mis compañeros… Todo se acumuló dentro de mí como una corriente eléctrica imposible de ignorar. Y cuando finalmente estuve sola, supe lo que tenía que hacer. Este capítulo es el instante en el que lo entendí. Cuando el dolor dejó de ser solo dolor y se convirtió en algo más. Algo mío. Algo que nadie podría arrebatarme. 6436f
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
El secreto de Vega. Relatos de dolor y placer.
Esa tarde, el aire en la oficina parecía más pesado.
Me habían llamado al despacho del jefe, porque algo había salido mal.
Respiré hondo antes de tocar la puerta.
—Vega, siéntate—ordenó con su voz grave.
Obedecí en silencio.
—¿Sabes por qué estás aquí? Preguntó, con las manos entrelazadas sobre el escritorio.
—Sí, señor. El informe del proyecto no cumplió con las expectativas.
—¿No cumplió con las expectativas? Repitió con una risa seca.
—Fue un desastre. ¿Cómo pudiste dejar que esto pasara? Bajé la mirada. Sabía que tenía razón, pero su tono, su gesticulación, me producían una sensación extraña, casi eléctrica.
—Lo siento, señor. Haré lo que sea necesario para corregirlo.
—Eso es lo que siempre dices, pero necesito resultados, no disculpas.
Su voz era dura, condescendiente. Me hacía sentir pequeña, expuesta.
Pero en vez de vergüenza, algo en mi interior se encendió.
Un placer silencioso, inesperado.
—No volverá a suceder—dije con la garganta seca.
Él me observó por un instante antes de recostarse en su silla.
—Espero que no. Eres inteligente, pero pareces olvidar las consecuencias de tus errores.
Cada palabra pesaba sobre mí, pero en lugar de doler, vibran con una intensidad que me hace estremecer.
—Gracias, señor—murmuré antes de salir.
—La oficina parece distinta al regresar a mi escritorio.
Noto las miradas sobre mí, sabía lo que pensaban.
Seguro que se ha equivocado otra vez.
Sus ojos me quemaban, me reducían, y eso solo avivaba la sensación latente en mi interior.
Me senté y abrí un cajón, buscando algo. Ahí estaba, fría, sólida.
Mi mano se cerró sobre la regla metálica.
Me levanté con ella escondida junto a mi cuerpo y caminé hacia el lavabo.
Cada paso fue un eco del temblor en mi interior.
Entré al baño, cerré la puerta y apoyé la frente contra la pared.
Mi respiración era errática, mi cuerpo temblaba con una tensión eléctrica.
Miré la regla en mi mano y supe que no podía esperar más.
El primer golpe fue una descarga.
La regla se estrelló contra mi muslo con un chasquido seco y el dolor brotó de inmediato, punzante, ardiente.
Pero junto a él, un placer oscuro y profundo.
Golpeé el otro muslo con más fuerza.
Un gemido se ahogó en mi garganta.
El dolor se extendió como fuego líquido, pero en su estela dejaba un placer intenso, embriagador.
Inútil, susurré, golpeándome de nuevo.
Estúpida, irresponsable.
Cada palabra era un latigazo, un castigo, un bálsamo.
La humillación de aquel despacho, la vergüenza bajo su mirada.
Todo se transformaba en algo más, algo que me pertenecía.
Los golpes se volvieron más rápidos, más urgentes.
La línea entre dolor y placer desapareció, dejando sólo una espiral de sensaciones que me consumía.
Finalmente, la regla cayó al suelo con un sonido metálico.
Me quedé allí, jadeando, la frente apoyada contra la superficie fría.
El dolor vibraba en mi piel, pero junto a él, una calidez embriagadora.
Deslicé los dedos sobre las marcas en mis muslos y nalgas.
Un escalofrío me recorrió.
La humillación, el deseo, la necesidad ardían en mi interior, pidiendo más.
Deslicé la mano bajo mi falda.
Mis dedos rozaron mi sexo húmedo y un gemido escapó de mis labios.
Cerré los ojos, entregándome a la sensación.
Cada caricia era un susurro de aceptación, una afirmación de lo que era, de lo que sentía.
Sí, jadeé, sintiendo el éxtasis apoderarse de mí.
El orgasmo llegó como una ola, arrastrándome con él.
Mi cuerpo se tensó y luego se soltó en una descarga de placer absoluto.
Cuando abrí los ojos, me vi en el espejo.
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