
Descripción de EL ECO HUECO, de JOSÉ LUIS CRUZ 6q53i
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Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
El eco hueco, de José Luis Cruz García.
Némini, explánen yogualli.
Tlayogualli, níctos anás.
Intepantin, inchanis lamatini.
Ometeotlitik, inokichtli.
Tlali, zoncaguía.
Iniclán, uiguilla.
Ixtliptla, inwecaguis.
Intlaxcuitiani.
Ochin, xochocoyotl.
Ochin, iniclán.
Y tlayogualli, némi, némi.
Zano némis, zano uecaguis.
El sol, un ojo amarillo y moribundo, se ocultaba tras las dunas del desierto de Zamalayuca, tiñendo el cielo con pinceladas de púrpura y sangre.
El aire, normalmente seco y caliente, se sentía pesado, casi viscoso, como si estuviera cargado de presagios.
Un silencio inquietante envolvía el paisaje, roto solo por el susurro del viento que arrastraba consigo granos de arena y ecos de historias olvidadas.
En el corazón de este desolado paraje se alzaba una cabaña ruinosa, con las ventanas tapiadas y las paredes cubiertas de extraños jeroglíficos que parecían retorcerse bajo la luz crepuscular.
Adentro, un hombre llamado Ramiro esperaba.
No era un hombre cualquiera.
Desde joven lo perseguía una visión recurrente, un rostro sin facciones que lo observaba desde la negrura entre las estrellas.
Ese rostro, o la ausencia de él, lo había llevado a explorar los confines del ocultismo, buscando respuestas en textos prohibidos y leyendas ancestrales.
Había escuchado historias sobre una entidad que habitaba los vacíos del cosmos, un ser anterior al tiempo y al espacio, un eco hueco que respondía a las invocaciones de aquellos lo suficientemente usados o desesperados.
Ramiro sostenía en sus manos un pergamino de piel humana, cubierto de símbolos que parecían palpitar bajo la luz de una vela.
No era la primera vez que se enfrentaba a lo desconocido, pero esta vez se sentía diferente.
Un frío intenso le recorría el cuerpo, un frío que no provenía del ambiente, sino de algo mucho más profundo.
Un zumbido agudo, casi inaudible, resonaba en sus oídos, como si el aire mismo estuviera vibrando en anticipación a algo terrible.
Un olor dulzón, nauseabundo, comenzó a emanar de las paredes, como a flores marchitas y carne en descomposición.
De pronto, la temperatura en la cabaña descendió bruscamente.
La vela parpadeó, amenazando con extinguirse.
Y una voz resonó en el ambiente, no como un sonido que viajaba por el aire, sino como si estuvieran las mismas entrañas de la tierra, vibrando en la médula de Ramiro.
Has venido, buscador.
Has osado perturbar mi sueño eterno.
¿Buscas la verdad? Ramiro sintió que su corazón latía con fuerza.
La voz no solo resonaba en sus oídos, sino también dentro de su cabeza, como si la entidad estuviera hablando directamente a su mente.
Buscó comprender los misterios del universo.
Una risa cavernosa que parecía sacudir los cimientos de la cabaña y rosanar con ecos ancestrales en las dunas del desierto respondió a sus palabras.
Comprender insignificante mortal el universo es un abismo sin fondo lleno de errores que tu mente no puede concebir.
Mira.
En ese momento, la sombra en la pared se intensificó, tomando formas geométricas imposibles que desafiaban toda lógica.
No era una sombra ordinaria.
Parecía estar hecha de la misma oscuridad del espacio exterior, una negrura que absorbía la luz y la esperanza.
Ramiro sintió como si su mente se abriera, como si un velo se corriera, revelando una realidad mucho más allá de lo que jamás había imaginado.
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