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La mesa de la cocina
'Dar cera, pulir cera': así se hizo 'Karate Kid'.

'Dar cera, pulir cera': así se hizo 'Karate Kid'. 2v4r4g

6/3/2025 · 30:10
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La mesa de la cocina

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Corre el rumor de que «Karate Kid» está basada en un relato del premio Nobel japonés Kenzaburo Oe titulado «A veces, el corazón de una tortuga». Increíble… pero falso. El proceso creativo de la peli fue mucho más sencillo, aunque no menos prodigioso. Como tantas películas, «Karate Kid» está basada en un testimonio real: el de un chico de instituto que aprendió artes marciales para hacer frente a sus acosadores. Robert A. Kamen, el guionista, leyó la noticia en el periódico y se encerró a escribir la historia. Corría la década de los 80 y una película de superación como la que escribió Kamen solo podía dirigirla un hombre: John G. Avildsen, king of the underdogs, o sea, rey de los marginados, además de ganador de un Oscar por «Rocky». Avildsen seleccionó para los papeles protagonista y antagonista de Daniel LaRusso y Johnny Lawrence a Ralph Macchio y William Zabka, quienes entrenaron duro hasta cartografiar en sus mentes, más que unas técnicas de defensa y ataque, una coreografía perfecta. Hay quien ha querido ver en la rivalidad entre LaRusso y Lawrence, una secuela ochentera y californiana de «La guerra de las galaxias», con el señor Miyagi y el sensei Kreese como trasuntos de Yoda y Darth Vader. Pero «Karate Kid» es mucho más que eso. «Karate Kid» es la historia de Daniel LaRusso, un chico cualquiera, el vecino de al lado, que se las tiene que ver con el más popular del instituto, Johnny Lawrence, un pijo malote; todo, por el amor de Ali («con i latina»). Con un argumento así, ¿quién no pagaría una entrada? La película fue un éxito desde su estreno en 1984, en Nueva York. Los del reparto entraron en el Baronet and Coronet Theatre siendo más o menos conocidos y salieron inmortalizados, para bien… y para mal. Macchio y Zabka, por ejemplo, pasarían su vida peleando contra su fama de héroes adolescentes, hasta que ya cincuentones se rindieron y aceptaron protagonizar, 34 años después, Cobra Kai, la secuela de la peli. Pero esta es otra historia… otra historia de éxito. Episodio producido, escrito y narrado por Gonzalo Altozano. Sonido: César García. Diseño: Estudio OdZ. o: [email protected] Twitter: @GonzaloAltozano iVoox, Spotify, Apple. e5n4q

Lee el podcast de 'Dar cera, pulir cera': así se hizo 'Karate Kid'.

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Hola, soy Gonzalo Altozano, esto es La Mesa de la Cocina y el episodio de hoy se titula Dar cera, pulir cera. Así se hizo Karate Kid. Cuenta una leyenda urbana que Karate Kid, la película está basada en el relato de un premio nobel de literatura, el japonés Kezamburo Oe.

Es mentira. Y si lo es, ¿por qué arrancar el episodio así? Por expiar un cierto sentimiento de culpa. Durante años bombardeé a quien quiso escucharme, y a quien no también, con el falso descubrimiento. Me contaba entre los fans más incondicionales de la película y que esta trajera su origen de la imaginación y el escritorio de un nobel me alababa el gusto. El buen gusto.

Hasta que descubrí el embuste. Kezamburo Oe nunca había escrito un relato titulado a veces el corazón de una tortuga, protagonizado por un chico de instituto que aprende karate para defenderse de los matones de clase. La historia es más sencilla y más real.

La historia la leyó Robert Mark Kamen en un periódico y se sentó a escribir un guión, aderezándolo con vivencias propias, pues de adolescente, él también había sido víctima de unos abusones, lo que le llevó a practicar karate. Probablemente Kezamburo Oe nunca supo de su autoría apócrifa. O puede que sí.

Lo que es seguro es que tuvo noticia de la existencia de la cinta. ¿Quién desde la fecha de su estreno en 1984 no ha oído hablar de Karate Kid? De confirmarse que la vio, al escritor japonés no le hubiera quedado sino reconocer con toda su autoridad que Karate Kid era una buena historia, por más que no la hubiese escrito él. De no ser una buena historia, John G. Abildsen, el director, nunca la habría rodado. Se jugaba mucho el tío.

Se jugaba el título de King of the Underdogs, o sea, Rey de los Underdogs. Traduzco King y no Underdog por no existir un término en español. En inglés, Underdog es aquel que en una competición, ya sea política, deportiva o a vida o muerte, parte con las de perder y gana. El David que en la Biblia se enfrenta a Goliath es el arquetipo de Underdog.

Más reciente en la cultura popular es Rocky Balboa, el potro italiano, un púgil de Filadelfia interpretado por Sylvester Stallone y cuya primera entrega le valió a Abildsen, además de un éxito en taquilla, el Oscar al Mejor Director en 1976. ¿Por qué no repetir la hazaña, o al menos intentarlo con las tribulaciones de un muchachito de la Industrial Newark llegado con su madre a la soleada California en busca de un horizonte mejor? La historia estaba ahí y debidamente musicalizada por Bill Conti, autor de la banda sonora de Rocky, uno de esos compositores que logran que hasta el más remorón se sacuda la pereza y entrene. Abildsen sólo tenía que decir dónde colocar la cámara y elegir con cuidado el reparto. Esto iba a darle más de un quebradero de cabeza con sus productores.

Ralph Macchio estaba en la habitación de casa de sus padres en Long Island cuando recibió una llamada de su agente. ¿Le interesaba una audición para una nueva película de Columbia Pictures? Por supuesto. Ralph lo tenía más fácil que otros veinteañeros que soñaban con triunfar en Hollywood. Acababa de protagonizar Rebeldest, de Francis Ford Coppola. Rebeldest supuso la plataforma de lanzamiento de un elenco de jóvenes actores con mucho talento por delante, como Matt Dillon, Patrick Swythe, Rob Love, Emilio Estevez, Tom Cruise o el ya mencionado Ralph Macchio, entre otros.

Su nombre en los títulos de crédito en la última de Coppola no le garantizaba un papel en la nueva de Abildsen. Lo supo Macchio cuando, vestido con una camiseta de Tom Petty y una cazadora negra, acudió a hacer la prueba al apartamento del director, en el Upper East Side de Manhattan. El pasillo estaba lleno de aspirantes al papel. La escena que le tocó representar fue la de su dolorido diálogo con el señor Miyagi, después de que éste le rescatara de la brutal paliza que le estaban dando los Cobra Kai, disfrazados de esqueleto.

Vaya, eres muy buen actor, le dijo Abildsen a Macchio. No puedo asegurarte nada, pero si fuera tú empezaría a dar clases de karate. Eso haría Ralph, pero antes tocaba ponerse en forma. De eso se encargó el típico Cachas de los 80, que cada mañana porreaba a enérgico la puerta del Sheraton Universal, hotel de Los Ángeles donde se hospedaba el actor. Aparte de un entrenamiento propio de un Navy Seals y del aprendizaje de los rudimentos del karate, Abildsen sometió a Macchio a ejercicios de bicicleta BMX, trucos con el balón de fútbol y a manejarse con los palillos de los

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