Bienvenido, Bob - Juan Carlos Onetti 366m5

¿Qué si soy joven? ¿Qué si soy viejo? ¿Qué me gustaría quedarme para siempre como una adolescente? ¿Qué mejor la época de los 20 a los 30 y que de los 40 a los 50 debe ser terrible? ¿Un cuento sobre crecer? Hola, ¿cómo están? Bienvenidos a Audiolibros por que leer.

Mi nombre es Cecilia Bona y este es un espacio donde la ficción y también a veces la no ficción tiene lugar en formato de audio para que puedas leerlo pero con otro periférico de entrada, los oídos. Hoy les traigo Bienvenido Bob, un cuento de Juan Carlos Zonetti, escritor uruguayo él, que salió por primera vez publicado en 1944 en el diario La Nación y que yo tengo la suerte de poder leer gracias al archivo histórico de revistas argentinas que se encarga de digitalizar todas las publicaciones periódicas que se hicieron en este país y salió en la revista Latido del año 2000, en julio precisamente del año 2000, el cuento porque venía una revista temática sobre el paso del tiempo, sobre cumplir años. Esta revista Latido, de paso ya les cuento, venía siempre con temáticas y en la temática cumplir años incluyeron el cuento Bienvenido Bob, que es el que se viene a continuación.

Pero antes de pasar a la historia quiero contarles algo que para mí y para Porqué Leer es muy importante, que es su participación, su inclusión en la membresía de Porqué Leer, para que podamos seguir haciendo este trabajo y seamos más personas que podamos vivir de este proyecto y llevarles a ustedes más contenido, sería ideal que puedan pasearse por porqueleer.com donde van a encontrar un montón de formas de apoyar económicamente a Porqué Leer, por ejemplo con aportes mensuales, con aportes únicos, esos aportes mensuales además tienen beneficios, es efectivamente una membresía, así que van a poder ver que tienen descuentos en libros, en indumentaria, en productos para el mate, en los talleres de Porqué Leer y demás. Dicho esto, que repito, para nosotros es muy importante, vamos a la lectura y después la charlamos.

Mirándonos durante una hora sin un gesto en la cara, moviendo de vez en cuando los dedos para manejar el cigarrillo y limpiar de ceniza la solapa de sus trajes claros. Igualmente lejos, ahora que se llama Roberto y se emborracha con cualquier cosa, protegiéndose la boca con la mano sucia cuando tose, del Bob que tomaba cerveza, dos vasos solamente en la más larga de las noches, con una pila de monedas de 10 sobre su mesa de la cantina del club para gastar en la máquina de discos.

Casi siempre solo, escuchando jazz, la cara soñolienta, dichosa y pálida, moviendo apenas la cabeza para saludarme cuando yo pasaba, siguiéndome con los ojos tanto tiempo como yo me quedara, tanto tiempo como me fuera posible soportar su mirada azul detenida e incansable en mí, manteniendo sin esfuerzo el intenso desprecio y la burla más suave.

También con algún otro muchacho, los sábados, alguno tan rabiosamente joven como él, con quien conversaba de solos, trompas y coros y de la infinita ciudad que Bob construiría sobre la costa cuando fuera arquitecto. Se interrumpía al verme pasar para hacerme el breve saludo y no sacar los ojos de mi cara, resbalando palabras apagadas y sonrisas por una punta de la boca hacia el compañero que terminaba siempre por mirarme y duplicar en silencio el desprecio y la burla. A veces me sentía fuerte y trataba de mirarlo.

Apoyaba la cara en una mano y fumaba encima de mi copa mirándolo sin pestañear, sin apartar la atención de mi rostro que debía sostenerse frío o un poco melancólico. En aquel tiempo, Bob era muy parecido a Inés. Podía ver algo de ella en su cara a través del salón del club y acaso alguna noche lo haya mirado como la miraba ella. Pero casi siempre prefería olvidar los ojos de Bob y me sentaba de espaldas a él y miraba las bocas de los que hablaban en mi mesa, a veces callado y triste para que él no se