A fuego y sangre || Campaña 2, episodio 20 6k3b3e

Bienvenidas y bienvenidos una noche más.

¡Vámonos! ¡Iba a morir! ¡Iba a morir! Ya está.

Que no me puede ver, gano, de verdad.

Deja de mirarme. Mira pa allá. Mira pa allá.

¡Ay! Buena palmada.

Es que estoy acostumbrado.

Para los que nos ven, ¿qué está pasando? Hay un cambio de cámaras.

Es verdad. Es verdad. Esto no lo sabemos.

No lo sé.

¡Qué gilipollas! Lo sabe porque lo ha oído, pero no lo ha visto.

No lo ha visto. Estamos probando cosas.

Lo que nos ha costado empezar hoy es una cosa.

Sí. Además, hemos decidido todos que la cámara está del lado malo nuestro.

Sí. Nos hemos puesto en el sitio beauty.

Aunque no sé cuál es mi sitio beauty.

Yo la tengo de frente, así que...

Yo creo que el mejor, ¿eh? ¡Ay! Absolutamente.

Bueno, nos quedamos en un punto denso en la última partida.

¡No! En la última partida. Bueno.

Y sí.

Entonces estáis listos, ¿no? ¿Eh? Pues, cogemos una poción de salud bien fría.

Que empezamos con el capítulo 20.

El salón del trono de la fortaleza Impía.

Cientos de cráneos de distintas criaturas adornan las paredes.

Todos grabados con runas infernales.

Quizá contando la historia de cómo Ravana derrotó a esa criatura.

En el trono de huesos, una imponente Ravana se sienta vestida con su armadura completa negra y roja.

Casi tres metros de imponente mujer.

Sus ojos observando con cierto desdén a tres tieflings que esperan bajo los escalones.

Habéis superado todas las pruebas para convertiros en guardianes del tormento.

Enhorabuena.

A pesar de vuestra asquerosa sangre mestiza, parece que hay lo suficiente demonio dentro de vosotros como para ser útiles.

Solo falta una última cosa.

Ravana hace un vago gesto con la mano.

Y Zeray da un paso al frente, el primero de los tres.

Un armero demonio se acerca al tiefling y le extiende una espada envainada.

Zeray la coge con cierta reverencia.

La cabeza gacha, la mandíbula apretada, los nervios carcomiéndole por dentro.

Ya sabes lo que tienes que hacer para ganarte la espada.

Zeray asiente.

Se arrodilla frente a su señora y desenvaina lentamente la espada.

Es una espada completamente negra, desde el mango hasta la punta.

Y el acero parece estar surcado por venas incandescentes como si fuesen lava.

Acero infernal.

Sin dudar un instante, Zeray se hace un corte en la palma.

La sangre gotea en el suelo del salón del trono.

Traeré la desgracia sobre sus enemigos.

Acabaré con cualquiera que se oponga a su gran obra.

Mi espada y mi voluntad por siempre son vuestras, mi señora.

Esto lo juro.

Vosotros.

Riala, Selene y Cassian avanzáis entre una multitud.

De no muertos que esperan.

Una orden para devoraros.

Decenas y decenas de ellos.

Detrás de vosotros va el clon de Surem y una ilusión de Christopher.

Parecen haber pasado desapercibidos por el momento, pero no sabéis cuánto tiempo durará el engaño.

¡Deteneos ahí! Dice Anbar.

Estáis en el camino.

Dice Anbar.

Estáis a unos cincuenta pies de ella todavía y de los cultistas que la acompañan que os siguen mirando como perros de presa.

¡Suéltala! ¡Ella no tiene nada que ver en esto! Anbar sonríe con malicia.

Una sonrisa desdentada de encías negras.

Primero dejad las armas en el suelo.