
20. La Confidencia Mutua. El CASO del espejo navideño 435z2h
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¡Bienvenidos a "La Confidencia Mutua", el vértice micro podcast más intrigante de "Historias de detectives de verdad"! En este episodio, el detective recibe un encargo inesperado la mañana del día antes de Navidad. Su cliente le pide que realice una tarea poco convencional, seguir a otro detective privado durante ocho horas. Lo que parecía una tarea simple, pronto se convierte en algo mucho más desconcertante. A medida que pasan las horas, las situaciones y encuentros se hacen cada vez más extraños, desafiando toda lógica. Soy Óscar Rosa, y esto es La Confidencia Mutua. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/1279192 1a3k5t
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
El caso del espejo navideño El día antes de Navidad siempre tiene un aire peculiar.
Por un lado, suele ser más tranquilo, con clientes en casa disfrutando del ambiente festivo o preparándose para las vacaciones.
Por otro lado, es un día perfecto para ciertos casos.
Algunos aprovechan las compras navideñas como excusa para escaparse y reunirse con un amante, mientras otros, como los que intentan defraudar aseguradoras, se aventuran fuera con lesiones que mágicamente desaparecen.
Sin embargo, esta mañana parecía distinta.
Tenía la esperanza de que por primera vez, en años, podía desconectar unas horas antes de la vorágine nocturna de Nochebuena.
Qué iluso.
A las diez y media de la mañana mi teléfono sonó.
El número de un cliente habitual e importante iluminó la pantalla.
Mi corazón ya sabía que no iba a ser el día tranquilo que esperaba.
Su tono era serio y directo, casi incómodo.
Oscar, necesito que hagas una contravigilancia.
Tienes que seguir a un detective privado.
¿Un detective privado? Nunca me habían pedido algo así.
Mi mente empezó a hilar preguntas.
¿Por qué un detective? ¿Qué había hecho? ¿Pero y si me conoce? Pero mi cliente, lo cierto es que no me dio espacio para dudas.
Es importante, quiero que lo vigiles durante ocho horas.
Necesito saber qué hace y para quién trabaja.
Era el día antes de Navidad, pero no podía negarme.
Mi cliente confiaba en mí, y una solicitud así no podía tomarse a la ligera.
Después de colgar, me puse en marcha.
Localizar al detective no fue difícil.
Su coche estaba aparcado en un barrio cercano, justo donde mi cliente tiene su domicilio.
Era un vecindario en expansión, con calles que mezclaban negocios modernos con viviendas recién construidas.
Me estacioné a distancia prudente y comencé la vigilancia.
Era curioso.
Seguir a otro detective era como enfrentarte a tu propio reflejo.
Conocía cada truco que podía usar para despistarme, cada giro innecesario, cada pausa en semáforos largos para comprobar si alguien lo seguía.
Pero yo era metódico, y él, aunque cuidadoso, no daba señales de sospechar que alguien lo tenía en la mira.
Las primeras horas fueron bastante monótonas.
Lo vi entrar en una cafetería donde permaneció casi una hora.
Desde mi coche, con una vista discreta, pude ver cómo se sentaba en una mesa cercana a la ventana.
Tomaba notas en una libreta y revisaba su teléfono constantemente.
Su mirada era analítica, como si estuviera esperando algo o alguien.
Estaría trabajando en algún caso.
Y si era así, su rutina no se diferenciaba mucho de la mía.
Después, lo seguí hasta un parque en las afueras de la ciudad.
Aparcó y bajó del coche, caminando tranquilamente entre los senderos.
Por un momento pensé que quizás sólo estaba matando el tiempo, pero entonces se detuvo cerca de una banca, aparentemente mirando a una pareja que discutía acaloradamente.
Sus movimientos eran sutiles, pero evidentes para alguien como yo.
Estaba observando.
Seguramente ese parque formaba parte de su investigación.
Volvió al coche una hora después y condujo a un restaurante pequeño, discreto, que quedaba en una calle poco transitada.
Desde mi posición podía ver cómo tomaba asiento en una mesa cercana a la entrada, pidiendo algo de comer mientras revisaba un sobre que llevaba en su maletín.
No lograba distinguir qué contenía, pero la forma en la que lo estudiaba me decía que era importante, y mi curiosidad aumentaba con cada minuto que pasaba.
Y el día avanzaba, y mi misión se alargaba.
A las seis y media de la tarde, el detective parecía listo para cerrar su jornada.
Condujo de regreso al barrio donde había empezado todo, estacionando en un aparcamiento cercano a su vehículo original.
Lo seguí a pie mientras adentraba en un pequeño café.
Decidí hacer algo arriesgado.
Entré detrás de él, pidiendo un café para llevar mientras me colocaba en una posición donde podía observarlo sin ser visto.
Era una maniobra que requería precisión, pero parecía que la suerte estaba de mi lado.
Lo noté cuando levantó a la vista de su café y sus ojos se cruzaron con los míos a través del reflejo de una ventana.
No fue una mirada casual, fue el tipo de reconocimiento que solo alguien en nuestro oficio puede captar.
Mi corazón se aceleró, pero mantuve la calma.
Pagué mi café y salí con pasos medidos, consciente de que ahora algo había cambiado.
Regresé a mi coche, pero un presentimiento incómodo me invadía.
Encendí el motor y me preparé para salir.
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