1 HORA HISTORIAS DE TERROR con Tormenta para Dormir: Relatos Oscuros FANTASMAS 5c3l5d

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Siempre había pensado que vivir en un pueblo pequeño tendría un ritmo tranquilo, casi reconfortante. Había pasado toda mi vida en la ciudad, y aunque la vida allá era bulliciosa y acelerada, siempre había soñado con mudarme a un lugar donde el silencio fuera más presente.

Fue por eso que cuando conseguí un trabajo en el pueblo, no lo dudé ni un segundo. Encontré una casa antigua a un precio razonable, y pensé que, finalmente, estaba dando el paso a la calma que tanto deseaba. La casa se encontraba a las afueras, rodeada de árboles altos que parecían abrazar el edificio, creando una especie de refugio aislado del resto del mundo. Sus paredes de ladrillo, cubiertas por el paso del tiempo, le daban un aire antiguo pero no desagradable.

La estructura estaba intacta, aunque necesitaba algunos arreglos. Aún así, pensé que sería el lugar perfecto para empezar de nuevo, lejos de todo lo que había conocido en la ciudad.

Desde el primer día, la casa se me hizo extraña. No por su antigüedad o su aislamiento, sino por una sensación que no sabía cómo describir. En algunas ocasiones, al entrar a una habitación, sentía que había algo diferente, como si el aire estuviera cargado de una energía que no podía comprender. Era como si la casa, en su quietud, tuviera una vida propia. Al principio, los ruidos eran lo que más me desconcertaba. No eran estruendosos ni aterradores, pero sí inusuales.

Puertas que se cerraban solas, el crujir de las maderas de los pisos durante la noche, y el sonido de algo arrastrándose en las paredes. Pensé que era normal en una casa vieja, sobre todo en una tan alejada de la ciudad, donde la naturaleza misma parecía formar parte del hogar.

Lo que realmente me inquietó fue lo que sucedió una noche mientras me encontraba en el salón, leyendo un libro. Al principio, creí que era el sonido de un animal moviéndose por el exterior, tal vez un zorro o algún otro roedor que deambulaba por los alrededores. Sin embargo, a medida que las horas pasaban, el sonido se hizo más claro, más definido. Provenía de arriba, del segundo piso, donde las habitaciones aún estaban vacías.

Me levanté, pensando que tal vez algo se había caído o un objeto se había desplazado de su lugar. Subí las escaleras con cautela, el corazón acelerado por la creciente sensación de incomodidad. La casa estaba en completo silencio, y la oscuridad era tan densa que apenas podía ver nada más allá de la luz tenue que emitía la lámpara de mi mesita. Cuando llegué al final del pasillo, el sonido cesó repentinamente. Me quedé allí, inmóvil, escuchando el silencio que se extendió por toda la casa.

Pensé que tal vez estaba agotado, que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Pero al volver al salón, esa sensación extraña volvió a mí. El aire parecía más denso, el ambiente pesado. Me senté nuevamente, intentando concentrarme en mi lectura, pero mi mente no podía dejar de pensar en lo que había escuchado. Sentía que la casa estaba vigilándome, como si me estuviera observando.

Miré hacia la ventana, buscando algo, cualquier cosa que me diera una explicación racional. No vi nada, pero esa sensación de ser observado persistió durante toda la noche. Al día siguiente, me desperté temprano, como si algo me hubiera sacado de un sueño profundo. No entendía bien por qué, pero sentí una necesidad urgente de inspeccionar cada rincón de la casa. Mientras recorría las habitaciones, algo me llamó la atención.

En el pasillo de arriba, donde antes no había nada más que puertas cerradas, encontré una antigua silla de madera junto a la pared. Estaba colocada de manera extraña, como si alguien la hubiera movido recientemente. No recordaba haberla visto antes, ni que estuviera allí el día anterior. A medida que pasaban los días, los ruidos aumentaron, y la sensación de incomodidad creció. Un día, al regresar de mi trabajo, noté algo más en la casa.

En el espejo del pasillo, algo se reflejaba en la superficie, pero no era una imagen clara. Era como si una sombra se deslizara por el borde del cristal, algo que no podía ver con precisión.

Pensé que podría ser la luz, o tal vez una corriente de aire que distorsionaba la imagen.

Sin embargo, al observar más de cerca, me di cuenta de que el reflejo mostraba algo que no estaba en la habitación. Un rostro, apenas visible, como una silueta borrosa que se desvanecía cuando intentaba enfocarla. Esa noche, decidí no dormir. La sensación de ser observado, de estar siendo vigilado desde las sombras, era tan fuerte que no podía ignorarla más.

Me quedé en el salón, con la luz.