Trending Misterio
iVoox
Descargar app Subir
iVoox Podcast & radio
Descargar app gratis
MEMORIAS DE AMOR Y DE GUERRA
Esto es un fragmento de un episodio exclusivo. ¡Escúchalo completo apoyando a este podcast!
02 - El Terremoto

02 - El Terremoto 6n674u

20/4/2025 · 15:47
0
3k
MEMORIAS DE AMOR Y DE GUERRA

Descripción de 02 - El Terremoto g310

Parte 1 Capítulo 1 “Memorias de Amor y de Guerra” son mis recuerdos de una década trágica (1976-1986) para mi país Guatemala. Quiero compartir con las nuevas generaciones lo vivido, con la esperanza de que nunca más los jóvenes crean que la guerra es la solución de nuestros problemas. Creo que es mi responsabilidad hacerlo y así poner mi granito de arena para que juntos encontremos nuevos caminos para construir un mundo mejor, más justo y más amoroso. "Memorias de Amor y de Guerra" inicia la madrugada del terremoto del 4 de febrero de 1976 que desoló el país de frontera a frontera, un terremoto que nos desveló las condiciones de pobreza extrema de la inmensa mayoría del país. Fue así, que, siendo estudiante del colegio más caro de Guatemala, decidí a los 16 años incorporarme a la lucha clandestina y guerrillera. Es también un libro que habla de la urgente necesidad de amar y ser amado, cuando cada día puede ser el último día de nuestras vidas. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/2552305 6kp4v

Lee el podcast de 02 - El Terremoto

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Capítulo 1 El rugido estrepitoso de un gigantesco monstruo subterráneo me despertó a las tres con 33 y 33 segundos de la madrugada del 4 de febrero de 1976.

Segundos después, vendría el sangoloteo.

La cama brincaba como un potro salvaje y la casa entera se remesía violentamente.

Los libros caían de los estantes y mi padre nos gritaba que nos quedáramos en nuestras camas.

No hice caso, corrí en dirección a la habitación de mi hermana a la que ni volteé a ver.

Abrí la puerta al balcón y me quedé paralizado, viendo como la piscina de los vecinos se erizaba en violentas olas que casi la vaciaron.

Alcé la vista y vi el cielo estrellado más luminoso que pueda recordar.

Finalmente, el amaqueo fue cediendo y todo quedó en silencio y a oscuras.

Dicen que el terremoto duró 33 segundos y que a cada segundo, mil almas iban dejando este mundo.

Tras el susto, los perros comenzaron a ladrar y a lo lejos empezaron a escucharse las sirenas en toda la ciudad.

Tuve la certeza de que nada volvería a ser igual.

Bajamos el primer piso y salimos a la calle, a un callejón sin salida en el que solo vivíamos cuatro familias alrededor de un redondel.

Hacía frío y de las otras casas comenzaron a salir nuestros vecinos en pijamas.

Tras compartir algún termo de café caliente y comentarios sobre lo recién vivido, decidimos volver a nuestras casas y tratar de sintonizar la radio en busca de noticias.

Los teléfonos estaban cortados y la luz aún no volvía.

Para la Navidad de 1972, otro terremoto había destruido la ciudad de Managua en Nicaragua.

Recordé la portada de la revista Time que mi padre acostumbraba a leer.

Mostraba piras humanas en medio de los escombros.

Le pregunté a mi madre, ¿crees que vamos a salir en Time? Ella era de la opinión que no, que aquello no había sido para tanto.

En eso estábamos cuando escuchamos el motor de la moto del novio de mi hermana, que llegaba todo lleno de polvo y con una cara de espanto que no podía ocultar.

Guayo, que así se llamaba, vivía en San Lucas, un pueblo enclavado en la punta de la montaña camino a la antigua Guatemala.

Abrazó a mi hermana aliviado de vernos bien y nos contó que San Lucas estaba en el suelo, que a duras penas logró salir entre los escombros y los gritos de la gente.

Derrumbes bloqueaban la carretera y solo gracias a su pericia y su mototrial logró llegar con nosotros, sin haber sufrido varias caídas.

El amanecer nos cogió de sorpresa.

Las noticias llegaban a cuentagotas y el país estaba incomunicado.

Mis padres, ambos médicos, salieron a sus respectivos hospitales a ponerse a la orden ante la emergencia.

Mi hermano, Jorge Alberto, estaba en la finca San Luis, en esa tierra semidesértica de Zacapa que los abuelos nos heredaron.

Acababa de regresar de su beca, a la escuela Panamericana de Agronomía Zamorano en Honduras.

La ruta al Atlántico estaba cortada a la altura del puente del Agua Caliente, primer puente curvo de Centroamérica.

El puente, antes orgullo de la ingeniería nacional, yacía en el fondo de un profundo barranco.

Sus columnas, incólumes, sirvieron meses después de base al nuevo puente.

Así la fuerza del monstruo que mordió las entrañas de nuestra tierra.

De frontera a frontera, el país se había fracturado en la unión de las placas continentales.

Hay quienes dicen que vieron correr el río Motagua al revés.

Las peores fracturas las viviríamos pocos años después.

Los colegios estaban suspendidos hasta nuevo aviso.

Algunos de ellos se usarían como centros de acopio para las donaciones de ayuda y albergues temporales.

Si algo aún me eriza la piel, es ese sentimiento de solidaridad general que se vivió.

Desde las señoras encopetadas donando sus abrigos hasta los que llevaban dos libras de arroz porque no podían dar más.

Esa fue otra oportunidad que Guatemala perdió para cambiar su destino de sangre.

Pero poco duró la solidaridad.

En nuestros barrios nada pasó.

Comentarios de 02 - El Terremoto 5q2on

Apoya a este programa para poder participar en la conversación.
Te recomendamos
Ir a Historia y humanidades