
019_Series Páginas Oscuras - La joya de las siete estrellas 6ª Parte 1qy6e
Descripción de 019_Series Páginas Oscuras - La joya de las siete estrellas 6ª Parte 5t5s69
5ª Parte.- La joya de las siete estrellas Sinopsis. Malcolm Ross, un joven abogado, recibe una llamada urgente en plena noche de Margaret Trelawny, una mujer a la que conoce y por la que siente una gran iración. Alarmado por su tono de voz, acude de inmediato a su casa, donde descubre que su padre, el renombrado egiptólogo Abel Trelawny, ha sufrido un misterioso incidente y permanece inconsciente en circunstancias inexplicables. A medida que la noche avanza, Malcolm se ve envuelto en un ambiente inquietante dentro de la mansión, rodeado de artefactos egipcios, manuscritos antiguos y una sensación creciente de peligro. Junto con Margaret y el doctor Winchester, intentan vigilar a Trelawny y entender lo que está ocurriendo, pero fuerzas desconocidas parecen acechar en la oscuridad. Al amanecer, comienzan a emerger más preguntas sobre la vida del arqueólogo y sus investigaciones, revelando conexiones intrigantes con antiguas civilizaciones y secretos enterrados en el tiempo. Mientras tanto, los acontecimientos en la casa sugieren que algo más está en juego, y la línea entre la historia y lo sobrenatural comienza a desdibujarse. Novela escrita por: Brams Stoker Sinopsis: Javier Matesanz Musica: Monsters Are Real - Dream Cave (Epidemic) ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/352537 284o2
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BAÚL DE LIBROS PRESENTA LAS SERIES DE PÁGINAS OSCURAS Hoy presentamos la adaptación de LA JOYA DE LAS SIETE ESTRELLAS Escrito por Bram Stoker Sexta parte 14. LA MARCA DE NACIMIENTO Mientras aguardaba a que el señor Trelawney me llamase, el tiempo pareció transcurrir muy lentamente.
Después de los primeros instantes en que la alegría de Margaret me llenó de felicidad, no pude evitar sentirme solo y aparte.
Por un segundo, el egoísmo propio de los enamorados se apoderó de mí.
Pero pronto pasó.
El que Margaret fuese feliz constituía un motivo de dicha inmensa.
Las últimas palabras que había pronunciado antes de cerrar la puerta me dieron la clave de la situación.
Aquellas dos personas, aquel padre y aquella hija, hacían muy poco que se conocían, y Margaret era de la clase de personas que maduran rápidamente.
Al principio, el orgullo y el vigor de ambos, así como la reticencia que era su corolario, había supuesto una barrera.
Aunque se respetaban mutuamente, esa especie de desencuentro acabó por convertirse en un hábito, impidiéndoles expresar el amor que sentía el uno por el otro.
Pero ahora, todo había cambiado, y Margaret era la más feliz de las mujeres.
Mientras me hallaba sumido en estos pensamientos, la puerta de la habitación se abrió y el señor Trelawney, del modo más cordial, si bien con un tono de solemnidad que me impresionó, dijo «¡Adelante, señor Ross!».
Entré y él cerró nuevamente la puerta Tendió la mano para coger la mía y no la soltó hasta que me llevó donde estaba su hija.
Margaret nos miraba alternativamente y cuando estuve muy cerca, el señor Trelawney me soltó y volviéndose hacia su hija observó «Si la situación es como imagino, entre vosotros no debe haber secretos».
«Si la situación es como imagino, entre vosotros no debe haber secretos».
«Mal con Ross, ya sabe tantas cosas acerca de mis asuntos que o bien se marcha en el acto de esta casa o bien debe conocer todavía más.
Ahora, Margaret, ¿le mostrarás tu muñeca al señor Ross?».
Ella dudó un instante, pero finalmente accedió a hacerlo.
Levantó la mano derecha para que el brazalete que ceñía su muñeca dejase esta al descubierto.
Entonces, sentí un escalofrío.
En la muñeca vi una línea rojiza y desigual de la que parecían surgir unas manchas rojas semejantes a gotas de sangre.
Margaret, de pie frente a mí, era la imagen misma de la paciencia y el orgullo.
A pesar de toda la dulzura, a pesar de toda su dignidad y de lo mucho que debía denegarse a sí misma lo que ya conocía, a pesar del resplandor de sus ojos oscuros.
Era el orgullo que nace de la fe, de la pureza que ninguna marca puede mancillar.
El orgullo, en definitiva, de una verdadera reina de la Antigüedad, cuando reinar significaba ser el primero, el más grande, el más valiente entre los hombres.
De pronto, la voz de su padre resonó en mis oídos.
—¿Qué me dice usted ahora? —preguntó.
No contesté con palabras.
Tomé la mano derecha de Margaret entre las mías, la levanté para que el brazalete de oro en forma de alas dejara visible la marca y deposité un beso en la muñeca.
Cuando la miré a los ojos, sin soltar su mano ni por un segundo, vi en éstos una expresión de felicidad inmensa.
Me volví entonces hacia su padre y afirmé.
—Aquí tiene usted mi respuesta.
El ceño del señor Trelawney se suavizó, puso su mano sobre las nuestras, que seguían entrelazadas, se inclinó y besó la de su hija y solo pronunció una palabra.
—Bien.
Nos interrumpió una llamada en la puerta y una vez que el señor Trelawney dijo a quien fuera que entrase, apareció el señor Corbeck.
Al vernos reunidos, hizo ademán de retirarse, pero su amigo lo cogió del brazo y lo llevó a su casa.
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