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Entre 1386 y 1387 el Reino de Castilla tuvo que resistir un intento de invasión por parte de un...
Entre 1386 y 1387 el Reino de Castilla tuvo que resistir un intento de invasión por parte de un ejército anglo-luso encabezado por el Duque de Lancaster y Juan I de Portugal. El duque decía ser el verdadero rey de Castilla por su matrimonio con la infanta Constanza, hija del depuesto y asesinado Pedro I. Una reclamación que resultaba preocupante para los reyes castellanos, pues su posición en un trono recién usurpado aún podía ser débil. Para su fortuna durante años la reclamación no fue más allá de palabras, negociaciones fallidas y el uso de las armas y título castellanoleoneses por parte de un noble inglés más ocupado en los intereses de su familia que en hacer efectiva la reclamación. Todo ello cambiaría con el desastre castellano en la Batalla de Aljubarrota. En ese momento, el duque consideró que había llegado su momento y se embarcó hacia las costas de la Península para iniciar una desastrosa campaña que a priori sólo logró un dominio precario de Galicia. Podría parecer un acontecimiento aislado, que no va más allá de la mera anécdota. Sin embargo, en el confluyó toda la política europea del momento. De un lado, se trataba de un episodio más de la Guerra de los Cien Años que mantenían los reinos de Inglaterra y Francia, pues el castellano Juan I era fiel aliado del galo Carlos VI, y el duque de Lancaster, como resulta lógico, se posicionaba junto a su sobrino Ricardo II de Inglaterra. De otro lado, junto a la reclamación del trono por motivos dinásticos, el duque encontró un pilar ideológico en el Gran Cisma que dividía a la Iglesia Latina por aquellos años. Alzándose como defensor del pontífice romano Urbano VI, su empresa obtuvo bulas de cruzada contra un rey considerado cismático al apoyar al aviñonés Clemente VII. A todo ello se debía sumar la tradicional enemistad entre Castilla y Portugal, aprovechada por el duque para tener un aliado en las tierras peninsulares.